En la Argentina, el dólar es mucho más que una moneda: es un bien de culto, una obsesión nacional y el último escudo de defensa frente a cada crisis. Pero esta vez los datos muestran algo inquietante para la economía real: solo el 20% de los argentinos dice tener dólares en su poder, y de ese porcentaje, más de la mitad reconoce que no está dispuesto a gastarlos en ningún caso. Ni siquiera para aprovechar oportunidades de inversión o consumo. El relevamiento –difundido porZuban Córdoba y Asociados, en base a estudios privados recientes– revela que los billetes verdes no circulan: se guardan debajo del colchón, en cajas de seguridad o en cuentas fuera del país. En un contexto en que Javier Milei promete liberar totalmente el cepo cambiario y convertir el peso en una moneda “de libre competencia”, el dato enciende luces rojas para el Gobierno. El problema es doble: por un lado, los dólares físicos no vuelven a la economía, lo que seca el mercado interno de divisas útiles para importar, invertir o financiar proyectos productivos. Por otro, la expectativa devaluatoria sigue viva en la mente de los ahorristas: el que tiene dólares, no los larga esperando un nuevo salto cambiario que los revalorice aún más frente al peso. “La dolarización cultural es total, pero la circulación de dólares es mínima. El argentino medio prefiere morirse con los verdes guardados antes que gastarlos. Eso es un freno para el consumo durable, para el mercado inmobiliario y hasta para las operaciones en negro que en otro tiempo se hacían cash”, explicó a El Pulso Político un consultor de bancos de la city. Para el equipo económico libertario el fenómeno es un obstáculo serio: sin confianza en la estabilidad futura, la idea de un mercado libre de dólares como propone Milei carece de sustento real. Si la gente no vende, ni invierte, ni gasta sus ahorros en dólares, el billete azul sigue siendo una reserva muerta. Otro dato relevante es el sesgo generacional: la gran mayoría de los tenedores de dólares son mayores de 35 años. Los jóvenes, incluso los millennial, prefieren pesos digitales, criptomonedas o billeteras virtuales, pero no compran dólares físicos. Eso también marca una fractura cultural que la política económica no logra resolver. El temor a otra crisis cambiaria, a la reimposición de cepos o a una devaluación forzada vuelve a paralizar la economía real. Y mientras tanto, en el circuito oficial faltan dólares para importar insumos clave, frenar la inflación de bienes durables o potenciar exportaciones con mayor valor agregado. “La dolarización de bolsillo es altísima, pero la de mercado es nula”, resume con ironía un operador financiero. El modelo Milei –que sueña con eliminar el peso como moneda forzosa– se enfrenta así con la vieja desconfianza argentina que sigue viva: todos quieren dólares... pero nadie los quiere largar.